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Puedes acariciar a la gente con palabras
lunes, 14 de enero de 2013
Amsterdam
C-69. Amsterdam
Así comienza la crónica de un viaje por tierras del norte de Europa.
Sólo llevábamos encima las maletas, planes en la cabeza y mucha, mucha ilusión.
Como cada historia de este tipo, comienza en un aeropuerto. Ese lugar frío, al tiempo que mágico, donde convergen vidas, donde se encuentran familias, novios, amigos. Donde chocan corazones que empezaban a añorarse. Pero también lugar de despedidas, algunas definitivas, otras temporales. Donde empiezan sueños grandes, la puerta abierta a casi todos los rincones del planeta. El punto de partida de aquellos que buscan su sitio, y lo encuentran.
Nuestra partida era mucho más sencilla. Tan sólo éramos 4 amigos con ganas de descubrir, y descubrirnos.
Despegamos cogidos de la mano, como lo hacemos siempre, para que ninguno se quede atrás. Todo era anecdótico, cualquier holandés era presa de nuestras miradas curiosas.
Nuestras botas pisaron Holanda en apenas dos horas. Ahora éramos libres, adultos, independientes. Nadie nos gobernaría, nadie nos marcaría una hoja de ruta. Solo nos bastaría poner un dedo en algún lugar del mapa, y allí estaríamos.
Hablar un idioma extranjero, tenernos solo a nosotros mismos. Montarnos en un tren, sin estar del todo seguros de su destino.
Mirar con nostalgia por la ventanilla, percibiendo cada forma, cada color, cada mirada de un extraño. Todo era importante.
Esa bruma que rodeaba los edificios, y les daba ese halo de misterio y frialdad, envuelto en un gris melancólico, al tiempo que cálido. Las luces encendidas dentro de las casas, las luces titilantes por toda la ciudad. No había rincón que se librase de la Navidad. Cada barco, cada casa, cada árbol estaba impregnado por el espíritu vívido y alegre propio de estas fechas.
Allí, cada rincón es arte. Las fachadas de los edificios más que construidas, parecen pintadas con la sensibilidad propia de un artista. Los ventanales alargados, los tejados con chimeneas humeando. Cada color rima con el anterior, todo está colocado en un orden perfecto, cuidado al más mínimo detalle. Es una ciudad que no pretende ser otra cosa que eso, una ciudad.
El sentido ecológico, o quizá artístico, o humano, les lleva a utilizar la bici como medio de transporte. Solo hay que ver sus rostros de paz, de ver su ciudad pasar rápido a su alrededor, del aire frío golpeándoles en las mejillas. El padre llevando a sus hijos en la cesta de la bici, la joven con tacones y abrigo de piel, tan sofisticada, pedaleando por las calles de su Holanda, el hippie con su cartera, esquivando a los viandantes con una soltura propia solo de alguien para el que la bici no es solo un medio de transporte, es un vechículo de sueños, la señal más clara de sus ideales.
Allí, se enmarañan las bicis, los coches y los trenes, pero circulan como en un perfecto equilibrio, como por intuición se esquivan unos a otros.
Aun recuerdo los puentes que unías las aceras divididas por canales llenos de barcos iluminados. Las bicis mal aparcadas, las librerías a cada paso, las queserías, las imponentes catedrales y nosotros, confundidos entre la multitud, con los ojos chispeantes y la mirada espectante, y con mucha ilusión
Pero sin duda, si con algo he de quedarme, será con las noches entre humo y reflexiones, aspirando nuestra compañía y saboreando la tranquilidad de la tetería a la que íbamos cada noche, disfrutando de nuestra presencia, de un chocolate caliente, y del aroma a cereza del humo. Hablando de la vida, de nuestros proyectos, de nosotros.
Tampoco puedo eludir las maravillas que vieron mis ojos al comtemplar la obra de semejante artista... Los trazos de colores, las formas y el espíritu de los cuadros de Van Gogh
O la esperanza de una niña enclaustrada por ser judía, y sus memorias, que han transmitido a la humanidad la importancia de la guerra, el dolor de quienes la padecieron, pero sobre todo, la confianza en un mundo más justo.
Por último, la paz inigualable del paseo en bici por el Voldenpark. Allí el tiempo solo es una anécdota, una magnitud. La vida allí no se mide en tiempo, sino el gloria.
Las gaviotas en los estanques, los cisnes, las praderas verdes, los holandeses leyendo un libro sentados en un banco, esperando a la vida, los enamorados, los ancianos dando de comer a las palomas, el verde intenso y húmedo de los árboles
Una ciudad que no te puede dejar indiferente, y unos amigos que fueron testigos de una experiencia grande, que recordaremos con el paso de los años, con nostalgia, alegría e ilusión.
Como dice una vieja cita..
"Viajar es una de las más rentables formas de introspección"
Gracias
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