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Puedes acariciar a la gente con palabras

viernes, 29 de marzo de 2013

Sometimes

Creo firmemente que todos deberíamos tener nuestro propio libro.
No es ninguna tontería, al menos para mí. Desde el gitano que ha vivido siempre en sus chabolas, feliz, entre el barro y las sábanas tendidas, hasta el erudito nómada cuyos ojos han visto millones de aventuras.
Cada vida es un milagro en sí mismo, con total independencia de su movilidad, su cultura o sus experiencias.

El niño que murió a los 3 años de nacer también tiene una historia, una historia breve, pero no por ello menos rica. Quizá enseñó a sus padres el valor verdadero de la vida, quizá con él esculpieron un sueño que al poco se derribó, pero un sueño que ahora les cuida desde el Cielo.

El científico cuya vida se consagra a su laboratorio también tiene una vida prendida por el fuego de la experiencia. Quién sabe si quizá le mueva por dentro el deseo inconfesable de descubrir la cura contra el cáncer, o para él la estructura de la materia constituya el cuadro más precioso jamás pintado.

O el espíritu libre, que vuela por el mundo como si su verdad se encontrase retenida en un arbusto de los Alpes, esperando ser hallada. Aquel que escribe en un viejo cuaderno cuanto ven sus ojos, cuanto escuchan sus oídos, cobijándose, escondiéndose en las callejuelas de la India. El espectador de besos en las estaciones de tren, vagabundo del mundo, prisionero de un espíritu aventurero que no le deja apenas respirar. Contemplativo de la naturaleza, y activo del amor, en busca de un alma, o varias, sobre las que pueda derrochar su ansia de amar, como se esparce la nieve sobre los campos en los que tantas veces ha dormido. Buscando una persona a la que curar con sus experiencias, a la que sostener sobre las llamas, abrasándose los pies. Aquella persona con la que conquistar la Sabana africana y capturar mil imágenes que mirar en álbumes viejos cuando la piel empiece a replegarse sobre sí misma.

Pero cuidado.. Parece que aquí sólo las historias bellas y felices tienen sentido.
Nada más lejos de la realidad. Qué del mundo si no hubiese conocido la historia de Anna Frank, o los centenares de historias de judíos recluídos en campos de concentración. Qué de aquellos padres que tienen que ver a su hijo fallecer, o de aquel con una fuerte y acuciante depresión. La historia de ese que permanece en un psiquiátrico, sin libertad. Todas esas historias tienen mucho sentido, sobre todo porque tienen eco, eco en la eternidad. Pasan todo tipo de barreras, superan la barrera del tiempo para enseñar algo a la humanidad, y se convierten en nuevos testimonios, son la piedra a la que se agarran muchos cuando están a punto de caer al precipicio, son cuentos de héroes reales, que a pesar del dolor lograron dar sentido a sus vidas. Pero mucho cuidado: para que una vida adquiera sentido... solo hay una condición indispensable: no rendirse ante el dolor