Mírala. Ahí la tienes: débil, frágil, ilusoria. Enredada entre las sábanas como si estuviera entre las nubes, esas en las que, de niña, imaginaba que saltaba, que estrujaba entre sus manos.
Cuánto has cambiado, pequeña.
Ahora apenas ruedan lágrimas por tus mejillas. Ahora apenas tienes tiempo de soñar.
El tiempo cerró heridas. O... las ocultó, en un lugar donde nunca pudieras localizarlas.
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