Metamorfosis.
Una palabra bonita como la que más, que hace referencia a la transformación de la oruga en mariposa.
La vida está llena de cambios. Pasas de la guardería al colegio, del colegio al instituto, y del instituto a la universidad. En el camino, cambias de profesores, cambias de amigos. Es el curso de la vida, es el cambio. Cuán pobre sería u na vida estática, inmutable, como un estanque... acabaría por pudrirse. Por eso, no hay que tener miedo al cambio. Porque el cambio, en sí mismo, renueva las aguas de nuestra vida. Cambia lo que ya estaba pudriéndose por algo nuevo, por algo limpio. Son las idas y venidas de la existencia, que nos recuerdan que vivimos, que no estamos quietos, que la Tierra está en constante movimiento, que millones de estrellas están naciendo, y otras tantas muriéndose, emanando luz por el Universo. Que el viento no se cansa de recorrer el mundo, trayendo mensajes de acá para allá, trayendo susurros de besos, de historias de amor. Que solo tienes que mirar por la ventana para darte cuenta de que el mundo no para de moverse. Desde el ama de casa que va a la frutería cada mañana, al reportero que va corriendo por el mundo en busca de la mejor noticia. Todo cambio en la vida, es positivo.
Pero.. ¿Y si el cambio tiene lugar en nosotros mismos, en nuestra forma de ver el mundo? Este es otro tipo de cambio, uno más profundo. Este da más frutos, pero a menudo se le tiene miedo... Porque te implica directamente a tí. Habla de tu propia vida, de tu estar en el mundo. Y este cambio, mueve otros cambios. La clave para aceptarlo es mirarte desde fuera, como si fueras tu propio padre, y mirarte siempre con amor, sin prejuicios. Como mirarías a tu hijo, a tu mejor amigo, a tu madre.
Aun recuerdo cuando, de entre un montón de cartas con frases escritas elejí una. Decía:
"Ten fe. No te desanimes... Mira el ejemplo de la oruga, cuando creyó que era el fin del mundo... Dios la convirtío en mariposa"
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