El paraíso debe ser algo así. Debe estar situado en un pueblecito olvidado de la sierra, en una casa de piedra, con un diminuto altar en su interior. Lejos de la mano del mal, del ruido de la ciudad.
Allí todo lo que se escucha son palabras dulces, llenas de amor. Todo lo que se ve es fraternidad. Allí puedes hablar sin miedo a ser juzgado. Puedes entregarte al resto sin temor a ser atacado. Allí puedes ser realmente tú, tal y como Dios te creó. Puedes mostrar con orgullo tus virtudes y defectos, pues sabes con total certeza que serán amados y respetados, pues son dones de Dios.
Cada persona tiene un papel con el que se siente cómoda. Allí, y sólo allí puedes poner sobre el altar y mostrar a tus hermanos tu vida, con sus riquezas y miserias, y puedes contemplar la de tus hermanos.
Allí, y sólo allí puedes amar a corazón abierto.
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