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Puedes acariciar a la gente con palabras

domingo, 25 de noviembre de 2012

Pinares

Hoy, me apetece dar trocitos de mí. Dejarlos aquí sellados, impresos en estas pocas palabras improvisadas.

Quizá por la caída de las hojas, o por la llegada de los abrigos a los armarios, me siento más conectada con mi pasado. Siento que, a veces, puedo atraparlo, y sostenerlo unos minutos entre mis brazos. Luego vuelve a volar, y vuelvo yo a mi dosis de realidad.

Caminando hacia la facultad, inmersa entre mis pensamientos, y mirando a la gente con ternura y a la vez con algo de desconfianza, me da por recordar. 
Años atrás, por estas fechas, estaba brincando por los montes de Ávila, agarrada de la mano de mi abuela y sin parar de hablar. Con mi inocencia espontánea, callaba el sonido de los pájaros, o del arroyo que acariciaba la colina. Con un palo en la mano, cual pastor, iba en busca y captura del mejor níscalo que asomase tímidamente entre las agujas de los pinos. O de algún chivato, que así se llamaban estas setas venenosas, que me revelase dónde estaba oculto mi premio. 

Cuando lo encontraba, todo era júbilo. Llamaba a mis abuelos, o a mis tíos, para que trajesen la navaja, los cortasen y los metiesen en la cesta para luego, por la noche, cocinarlos y comerlos al fuego de la chimenea. Pero lo de comerlos era lo menos importante. El último propósito de encontrar un níscalo fresco era comerlo. Lo que me movía a revolver entre las hojas secas era esa alegría, esa ilusión de hallar aquel tesoro escondido. Recuerdo también que se me hacía un nudo en el pecho cuando lo arrancaban de la tierra. Es curiosa nuestra sensibilidad a la hora de mirar el mundo cuando somos niños. Era como si al níscalo lo arrancasen de su entorno, de lo que hasta ahora había sido su hogar. Ya no saludaría cada mañana los pinos que lo protegían de los rayos de Sol, ni reposaría en la tierra que le daba esa textura y ese color anaranjado, como un amanecer en las montañas. A veces, recuerdo, que incluso se me escapaba alguna lágrima. 

Me ponía en el lugar del níscalo, y me imaginaba que me arrancaban de allí, del bosque, de aquellos pinares, de aquella familia, de aquellos abuelos que tanto me querían. Nunca me arrancarían de allí. Y hoy lo sé. 
Quizá el tiempo me haya alejado de aquellos parajes, pero mi corazón está allí, entre las montañas del Valle del Tietar.




El río

"He sido un hombre afortunado: nada en la vida me ha sido fácil" Sigmund Freud.

Una cita que dura unas pocas palabras, y que dice muchas, muchas cosas.
No conozco muy bien la vida de este buen hombre. Digo bueno, porque tengo fe en que todos los hombres son buenos por naturaleza, pero eso sería adentrarnos en otros avatares que ahora mismo no nos conciernen. Fue el padre del psicoanálisis, como todo el mundo sabe, y un gran pensador de su tiempo. Solo hay que echar mano de esta cita para comprobarlo.
Me pregunto si realmente vivió lo que dice, si realmente vio, en las dificultades de la vida una oportunidad para crecer. Seguro que sí.

Con el paso de los años, y los golpes de madurez, uno se da cuenta de que lo que le ha hecho ser quien es, más que los buenos y placenteros momentos, han sido los vaivenes, los obstáculos.
Mira con distancia cada prueba que te ha puesto la vida, y cómo con elegancia, rectitud y voluntad has conseguido superarla. ¿Has vuelto a sentir la sensación de realización personal que te invade? ESO ERES TÚ. Como un niño, al que se le propone un reto. Cruza ese río. Y sí, cuando estás con toda tu atención puesta en no resbalar, no ves más que piedras, y una fuerte corriente que si te descuidas, te puede arrastrar. Y eso es bueno. Es bueno que mientras cruzas solo veas el peligro. Es una aventura...

Luego, cuando has cruzado, te sientes capaz de saltar desde un acantilado, o de cruzar mil ríos más con el triple de fuerza. Es la madera del hombre, el fuego que se despierta cuando se siente capaz.
Despiértalo. Pero para despertarlo, compañero, te tienes que enfrentar. Tienes que vivir al límite, rebasando todas tus limitaciones, que por cierto, te pones tú.


martes, 20 de noviembre de 2012

La raíz

La incertidumbre de hallarse en territorio desconocido.
A todos nos ha pasado, a unos más que a otros, según la inteligencia emocional de cada uno, que intuimos una emoción dentro de nosotros que no sabemos identificar. No sabemos de dónde viene ni a dónde va.

Si la emoción es placentera y reconfortante, no sentimos la necesidad de buscar su origen. La sentimos, sin más. La saboreamos, nos recreamos en ella, y durante ese periodo de tiempo, tenemos un aliciente más por el que vivir, una fuerza natural que mana de nosotros mismos y nos invita a a revolvernos entre el mundo.

Sin embargo, si se trata de una emoción negativa, nos desconcertamos buscando el origen, como si eso fuese a calmar el fuego interior que sentimos. Quizá sí.
Quizá cuando el misterio se resuelva, llegue la paz.
Quizá cuando se deshaga el nudo, se pueda respirar.
Quizá cuando se desenmarañe el problema, la brisa de la alegría vuelva a acariciar tu rostro y los ojos vuelvan a empañársete de lágrimas, y tus labios se desplieguen como las flores en primavera.
Puede que sea necesario llegar al fondo de las cosas para resolverlas. Llegar al núcleo del problema para hallar la solución. Pero.. también es posible que conocer el origen de las cosas no baste.

Me gusta, como todo en la vida, asemejarlo a una planta: la planta se pudre. Sus hojas cada vez se inclinan más hacia el suelo, cansadas de luchar. La fuerza que las mantenía en pie cada vez era más débil, hasta que no pudo sostenerlas. El tallo con el paso del tiempo iba siendo menos esbelto menos firme, menos seguro de sí mismo. Menos tallo, al final. El verde que antes llamaba a la esperanza cada día era más pálido. La savia que circulaba por sus entrañas, y que alimentaba cada rincón de su alma, cada día era más escasa.
El Sol, que no cesaba en su empeño de regalar a la planta sus rayos, su luz y calor, se frustraba, porque su criatura perdía vida.
El terreno era aparentemente fértil, y las condiciones ambientales, perfectas. Solo había que ver las plantas de los alrededores. Frescas, vivas, alegres.
Un día un jardinero, al verla tan alicaída decidió examinarla. La revisó de arriba a abajo, sin encontrar rastro alguno de aquello que había hecho a la planta enmudecer. La regó más de lo habitual, la llevó de cara al Sol, sin una rama que pudiera taparla con la más diminuta sombra. Pero nada, todos los esfuerzos fueron en vano.
Un buen día, movido por algo que solo él supo, el jardinero se decidió a escarbar. Quitó la Tierra que la sostenía en  pie, dejó su alma desnuda y ahí estaba: en la raíz. Los ojos se le llenaron de lágrimas de alegría por haber hallado la causa de la enfermedad de la planta. Ahora lo entendía: daban igual los estímulos externos que pudiera invertir en ella: daban igual agua, que luz, que nutrientes. El problema estaba en lo más hondo. Si las raices no eran capaces de captar el alimento, nada en ella podría funcionar.
Tenía las razones entre sus manos pero.. ¿Y ahora qué?


viernes, 16 de noviembre de 2012

El Bien

No me gusta, pero a menudo se crea en mí un sentimiento de rechazo cuando escucho a determinadas personas vanagloriar su propia bondad.
El verdadero buen hacer, es silencioso, es humilde, y sólo necesita la sonrisa del que recibe la ayuda para complacerse, para llenarse. Volver a ver al otro el brillo en los ojos, la chispa de la felicidad que le ha sido devuelta y entregada gratuitamente.
Las buenas obras, las que manan del corazón, no endeudan al otro. Más al contrario, abren el espíritu de quien recibe el bien, le impulsan a amar más y más... Y así, la bondad, te será devuelta sola, sin necesidad de pedirla, de exigirla como pago a lo que antes diste, egoístamente.
Diste algo que quieres de vuelta, por tanto, no diste, prestaste. Piénsalo.
¿Realmente das por y para el otro, o para tí, para asegurarte una mano que te sostenga cuando vayas a caer?

"Haz el bien, pero no hagas ruido. Porque el ruido no hace el bien, y el bien.. no hace ruido"



jueves, 15 de noviembre de 2012

Dónde

¿Quién te iba a decir, cuándo solo tenías 9 años, que ahora estarías aquí?
Quién iba a decirte que 10 años después estarías conociendo gente maravillosa, estudiando una carrera en una de las mejores universidades de Madrid.
Quién te iba a decir, que al fin, terminarías por gustarte, que acabarías enamorándote de ti misma con el paso de los años. Que pasarías del auto desprecio, a la autoestima, de la tristeza a la alegría, de la desesperanza, a la fe.
Quién iba a decirte, pequeña, que irías con un desamor a tus espaldas, que 6 ángeles te llevarían entre sus alas, o que tu familia te mostraría, al fin, su amor como siempre soñaste.
Quién te iba a decir que Dios se aparecería algún día en tu camino para mostrarte la Gran Verdad de la vida. Dónde quedaron tus viejos sueños, como el de ir a África como médico a curar niños enfermos, o que tu primer amor también sería el último.
Pocas cosas han salido como esperabas, pero no han podido salir mejor.


viernes, 9 de noviembre de 2012

¿Prisionera?

Hasta ahora, solo podías agarrar los barrotes que te mantenían prisionera, solo podías escucharte a tí misma suplicando libertad.
No podías ver las estrellas, solo un techado de hierro gris que aplastaba todos tus sueños.
Tus ojos empezaban a cegarse por la oscuridad, y sólo respirabas el aire seco y helado. Tu corazón empezaba a marchitarse, y tus esperanzas a flojear.
Por suerte, un día, alguien robó la llave y te abrió la puerta.
Trsite de tí no querías salir, pues tu vida ya era eso. Habías aprendido a no vivir. Tenías miedo.
La luz te hacía daño a los ojos, y el calor del mundo te agobiaba... Te estremecías ante la posibilidad de lo desconocido.
Tendrías que aprender de nuevo a andar, que aprender de nuevo a ver.
Tendrías que llenar tus pulmones de aire limpio
Tendrías que abrir las ventanas de tus ojos.
Tendrías que levantar la cabeza para volver a ver las estrellas.
Fuera, estaban los tuyos, tendiéndote la mano, invitándote a salir, y a tí te daba miedo confiar. Que esa mano fuera otra trampa que volviera a hacerte prisionera.
Al fín, elegiste por la vida, elegiste por la esperanza, elegiste por el amor.
Pisaste tierra, mojaste tus pies con la hierba que empezaba a crecer a tu alrededor. Decidiste quedarte vacía, pero esta vez para llenarte de los demás, para llenarte del mundo.
No sabías quién eras, pero daba igual. "Eras", con eso bastaba. Ya tendrías tiempo de encontrarte, de recuperar tu identidad, o de crear una nueva.
Ahora, empieza a construir un nuevo "yo".


martes, 6 de noviembre de 2012

Subidas y bajadas

Cada mañana, asomada a la ventanilla del autobús, su mente comienza a divagar. Sus pensamientos corren entre las callejuelas de Pacífico, y los días de lluvia se mojan con las gotas que chocan contra el cristal.
Querido Madrid,
querida ciudad,
queridos recuerdos..
Quedaos siempre conmigo, no os vayáis nunca lejos. Que pueda recordar quien fui, para saber quien soy, y qué seré. Que, si se me acabaran los recursos, tenga al menos, una historia que contar. Que permanezca el sabor de los buenos momentos para aquellos días secos, y que pueda deleitarme con el sabor de alegrías pasadas.
Pero por favor, que sean mis recuerdos unos buenos compañeros de viaje. Que nunca me hagan daño, porque entonces decidiré abandonarlos. Que vea desde la lejanía cada error como un peldaño que me ayudó a subir, una lección más del capítulo de mi historia. Porque.. ¿qué sería de la vida si fuésemos siempre felices, siempre perfectos? Sería algo insípido, sin sabor. Me da, a veces, por mirarlo como una montaña rusa: si fuese un trayecto llano, ¿dónde queda la emoción de la caída, el vértigo que te recorre la espina dorsal, la sensación de cosquillas ante el temor de caer al vacío? ¿Sabes? Las subidas, aquí, en la Tierra, por las leyes físicas, sólo tienen sentido si hay una bajada después.
Solo hay una subida infinita, y sólo se da cuando tocamos el cielo