Cada mañana, asomada a la ventanilla del autobús, su mente comienza a divagar. Sus pensamientos corren entre las callejuelas de Pacífico, y los días de lluvia se mojan con las gotas que chocan contra el cristal.
Querido Madrid,
querida ciudad,
queridos recuerdos..
Quedaos siempre conmigo, no os vayáis nunca lejos. Que pueda recordar quien fui, para saber quien soy, y qué seré. Que, si se me acabaran los recursos, tenga al menos, una historia que contar. Que permanezca el sabor de los buenos momentos para aquellos días secos, y que pueda deleitarme con el sabor de alegrías pasadas.
Pero por favor, que sean mis recuerdos unos buenos compañeros de viaje. Que nunca me hagan daño, porque entonces decidiré abandonarlos. Que vea desde la lejanía cada error como un peldaño que me ayudó a subir, una lección más del capítulo de mi historia. Porque.. ¿qué sería de la vida si fuésemos siempre felices, siempre perfectos? Sería algo insípido, sin sabor. Me da, a veces, por mirarlo como una montaña rusa: si fuese un trayecto llano, ¿dónde queda la emoción de la caída, el vértigo que te recorre la espina dorsal, la sensación de cosquillas ante el temor de caer al vacío? ¿Sabes? Las subidas, aquí, en la Tierra, por las leyes físicas, sólo tienen sentido si hay una bajada después.
Solo hay una subida infinita, y sólo se da cuando tocamos el cielo
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